22 de marzo de 2023

La mejor información y productos actualizados para un apagón prolongado y el precio desorbitado de la luz

(Lavozdegalicia.es) No, no son cosas del destino

Primer dato: desde finales de septiembre, China se enfrenta a una serie de apagones eléctricos en varias ciudades y ha implementado medidas de racionamiento energético entre sus ciudadanos e industrias. De sus 31 provincias, prácticamente en el 70 % hay cortes eléctricos y se han establecido diversos horarios en los que deja de haber luz.

Segundo dato: ninguna economía del mundo ha estado jamás preparada para el cierre y el frenazo que por meses —y de forma intermitente— se vivió el año pasado a consecuencia del covid. Con la llegada de las vacunas, se ha reactivado la demanda de una forma más rápida e inusitada que la capacidad de respuesta de la producción. El sector de la distribución se ha visto superado. Faltan buques para transportar los barriles de crudo, microchips, neumáticos, videoconsolas, algodón, textiles y otros productos procesados. Los puertos siguen mostrando cientos de contenedores vacíos sin empresas transportistas disponibles.

Tercer dato: debemos valorar que el mundo, en el ámbito energético, sigue dependiendo y mucho del trasiego del crudo, del gas, del carbón que va de un sitio a otro lubricando el comercio. Al faltar buques, el suministro en el invierno se ha puesto en semáforo amarillo con una alerta que, en algunos países, va sonando a amenaza apocalíptica. Europa mira con recelo los racionamientos eléctricos que ya aplica China. Lo hace después de que el Gobierno austríaco decidiera sensibilizar a su población acerca de la «seria posibilidad» de padecer un apagón. ¿Cuándo puede suceder? No lo sabe, pero su ministro de Interior, Karl Nehammer, confirmó que, llegado el caso, el Ejército apoyará a la población.

Cuarto y último dato: el mundo debe de hacerle frente a estos retos. Darles la espalda no solucionará el problema.

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Los mecanismos de protección de la red eléctrica europea (en la que la frecuencia es de 50 hercios) están pensados para un modelo de grandes centrales –hidroeléctricas, térmicas, nucleares, de ciclo combinado, etc.– que suministran mucha potencia. Cuando una anomalía supera el umbral de los 0,2 hercios durante más de dos minutos, el sistema desconecta la parte de la red en la que se está produciendo la perturbación. Lo que pasa es que ahora, además de grandes centrales, tenemos un gran número de unidades de producción que generan menos cantidad de energía –paneles solares y turbinas eólicas, fundamentalmente–en una red que se ha integrado a escala europea y que, por tanto, es mucho más grande. En este esquema, las anomalías se producen con mayor frecuencia y se propagan en tiempos mucho más cortos, por lo que el umbral de tolerancia establecido resulta excesivamente relajado. Esto está generando problemas continuamente. De hecho, el 8 de enero de este año hubo un incidente grave: una subfrecuencia en Croacia se combinó con una superfrecuencia en Alemania y no hubo más remedio que separar la red en dos.

Si los problemas suceden sobre todo en Europa Central no es por casualidad. Alemania en 20 años ha pasado de producir un 6% de su electricidad con energías renovables a un 38%. Además, ha integrado su red de alta tensión con la de sus vecinos de forma mucho más intrincada que en otras partes del continente.

Desde el punto de vista económico, resultaba muy interesante integrar todas las redes del continente lo máximo posible para transportar la energía intermitente de las renovables. Si el viento sopla en Polonia, pero no en Galicia, ¿por qué no llevar la energía de un lugar al otro? Lo que pasa es que en Europa Central este planteamiento se ha llevado a cabo sin instalar sistemas adicionales de estabilización, que hubieran encarecido el coste de la implantación de las energías renovables.

Por fortuna, actualmente España está relativamente a salvo de este riesgo. Como nuestra red eléctrica está poco interconectada con la del resto del continente, en caso de que se produzca una ola monstruo eléctrica en Europa, será relativamente sencillo desconectarnos mientras dure el peligro. En cualquier caso, esto debería hacernos reflexionar y ser más previsores a la hora de implantar nuevos sistemas renovables en nuestro territorio.


Antonio Turiel es investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias del Mar. Su trabajo se centra en la oceanografía por satélite, pero es también un experto en recursos energéticos. En el blog The Oil Crash y el libro Petrocalípsis analiza el agotamiento de los combustibles fósiles y las dificultades de la transición a un modelo ‘eléctrico’ de renovables.